14.10.09

Tengo noticias de un lugar.

Tengo noticas de un lugar lejano en el que las personas poseen grandes estómagos y sus cabezas han perdido el cabello.
Tengo noticias de un lugar oscuro en el que huestes de niños pierden su vida detrás de una pantalla.
Tengo noticias de un lugar olvidado en el que el agua escasea y el sol quema como brasa.
Tengo noticias de un lugar mórbido en el que ordas de perturbados manan de cuevas subterraneas.
Tengo noticias de un lugar pestilente en el que los hombres se transportan en bestias metálicas que envenenan los aires con sus miasmas.
Tengo noticias de un lugar fatídico en el que los muertos no se lloran más y en el que los asesinos ríen por cada muerte.
Tengo noticias de un lugar yermo en que las mujeres son asesinadas y lanzadas a páramos solitarios.
Tengo noticias de un lugar maldito en el que las calles se atestan de esclavos sin cadenas y leprosos sin llagas, de dementes que se arrastran por las calles y monstruos que piden limosna al pie de los canceles.

Tengo noticias de un lugar... y de ese lugar yo, perpetuo trashumante, quiero ser testigo.

12.10.09

Tan molesto como cálculo renal.

Columnistas de periódico... En un principio, hace mucho, pensaba que ser columnista era un privilegio. Me deleitaba con la columna de Victor Roura en El Financiero, la recortaba y releía. Luego conocí páginas de Jorge Ayala Blanco, con su tan peculiar uso del idoma y una lengua tan afilada y temida como alabada. En esos años pensaba que escribir en un diario sería fantástico, que quienes lo hacían, estaban más allá de la mortalidad.
Pasaron los años, y justo ayer entré a la página de un periódico local buscando información de los mensajes de las ejecuciones de "El Jefe de Jefes". Como lo esperaba, sólo encontré información escueta y poco útil. Eso no fue lo que me sorprendió, sino ver el nombre de un conocido, ahora columnista (aparentemente medio famoso) de ese diario. Con la picazón de una ladilla en el almá, leí la columna más por curiosidad que por gusto, ya que su estilo me ha parecido siempre demasiado cargado, falsamente solemne y sobre todo un tanto lambiscón. Lo acepto, quizá iba un poco prejuiciado, pero aún así le entré con gallardía.
Leí la columna.
Tres minutos después, checaba si aún estaba en la página del periódico y no en algún foro de discusión de Taringa.net o similar, porque la columna, demasiado suelta, demasiado lambiscona y sobre todo, demasiado personal, tanto como un blog, no me hacía la menor gracia.
Sé que comparar a Víctor Roura y al maestro Ayala Blanco con el sujeto-conocido-ahora-columnista es una barbaridad, pero me sirve para demostrar varias cosas, entre ellas:

1)Las columnas en los diarios son cada vez peores.
2)Cierto que las columnas tienen un toque personal, pero en este caso, parece que son diarios más que columnas.
3)Tiene razón Abenshushan cuando dice que los ensayistas (columnistas en este caso) tienen cada vez menos estilo
4)Cualquiera cree que tiene algo qué decir, cualquiera supone que sus vivencias son importantes para los otros.

El punto cuatro es el medular. El problema aquí es que parece que todo lo que se puede decir tiene valor; es decir, parece que todos tienen derecho, necesidad y obligación de decir lo que les venga en gana, como si el simple hecho de saber hilar unas pocas palabras los revistiera de interés común.

En pocas palabras, la columna era un asco: una porquería ella y su autor.

Por eso, mejor un blog, así, al menos quien entra, lo hace por voluntad.

Amen.