
Hace ya más de una semana visité Casitas, en Veracruz. La idea original era llegar a Puebla, Pue. y luego ir a Cuetzalan, que (para quien no lo sabe) es un pueblito de los llamados "Pueblos mágicos", y tiene cascadas, un río y cosas de esas -al menos eso me contaron y por eso tenía ganas de conocer allá-. El asunto fue que llegamos el viernes a las once de la noche, tomamos un "taxi seguro" (lo pongo entre comillas porque que lo único seguro de ese taxi fue que el estúpido chofer nos diera una vuelta de 50 minutos -en un habitual trayecto de 10- sin encontrar la dirección y se diera un banquetazo horrible que casi destroza la llanta). En fin que al otro día en la terminal decidimos, por razones más de presentimiento que de razón, ir a Casitas, Veracruz. Además de ser playa, se suponía que estaba a sólo 4.5 horas de Pue. y era muy bonito... en realidad era bonito pero no estaba tan cerca, (unas 6 horas y media) también nos dimos cuenta que la forma de contar el tiempo es distinta allá; eso o entramos en un vórtice interdimensional que nos hizo percibir el tiempo más lentamente que a los humanos normales...


De camino, que fue por la sierra de Puebla, todo estaba nublado, y en una parte por Tlacoyapan (o Teziutlán) había mucha neblina, un paisaje hermoso que me hacía conocer una parte de México que no creí encontrar. Había un norte o algo parecido y por eso el clima estaba tan extraño. Incluso en Martínez de la Torre estaba lloviendo, y sólo cuando estábamos por San Ramón, Ver. el clima empezó a mejorar, aún así había mucho aire y frío en Casitas, cosa que no debía ser, por lo menos en esta época del año. En fin, nos quedamos y el domingo hubo mucho sol, calorcito y nadé como no hacía en 10 años. El lunes también entré al mar; la diferencia fue que había más oleaje y mucho viento, aún así, en una parte de la playa en la que no había nadie, me despojé de mis ropas y entré al mar tal como uno debería hacer: sin nada más que los vellos para cubrir la piel. Así que el domingo y un trozo del lunes fueron todo sol, arena y mar -ya sé que es un lugar común, pero así fue- también mariscos y pescado, agua de coco, empanadas de queso y eso de nadar desnudo que me produjo una sensación de libertad como pocas cosas lo hacen. La travesía de vuelta fue un martirio y para la noche del lunes el lugar ya era Puebla, a las 5 am el autobús fue el dormitorio y a las 9 am todo había vuelto a la normalidad. Un rápido café que preparé en mi casa me lo confirmó. Todo se había acabado, la rutina me estaba sujetando de nuevo, del sol sólo quedaba un rastro en mi quemada piel, de la arena sólo estaba un residuo en mi calzado deportivo y la sal del mar únicamente podía resonar en el sudor de mi frente. Cortas, sí, pero muy buenas vacaciones.

Sólo me resta decir que, contrario a la opinión general,
no es el trabajo sino el viaje lo que engrandece al hombre.